lunes, 23 de marzo de 2009


Desapareció. Así como si volase y no volviese. Se llevo todo lo que yo quería. Su olor, su pelo, su sonrisa, sus besos, sus abrazos y sus caricias. Ya no quedaba nada de todo aquello, se lo llevó como un suspiro en el aire. Mi vida parecía que se acortaba, y el final de los días se hacían más melancólicos. Hasta la mañana era inevitable el fin de todo aquello. No podía resistirme a la memoria. No me quedaba otro remedio que buscarme otro pensamiento, así que lo fui a buscar.

Tardé días en encontrarlo, y fui buscando en todas mis piezas rotas en el último adiós, por ponerle nombre. Cortaba fresas rojas y acorazanadas con otro fin de no ser nada.  Podía sentir los días poco a poco, pero la melancolía seguía allí, mi ventana no era capaz de abrirse, para echarla fuera, de hecho, jamás he sido capaz. Probé azúcar volando, probé agua flotando, probé amor enamorándome, probé todo menos él.


miércoles, 4 de marzo de 2009

brisa de marzo

Había olas, parecían llantos y acumulos de desesperaciones que llevaban consigo tristezas y las arrastraban a un lugar donde sólo quedasen allí. Una brisa suave rozaba la cumbre haciendo un siseo de forma que nos viera ver que no se quería mover. Las rocas se clavaban a tu cuerpo creando fuertes dolores irresistibles. La lluvia caía, la nieve caía, todo caía y nada subía, había llegado marzo. El sol era amargo y todo aquello que veímos pertenecía sólo al exterior. Lo único que no veíamos era aquel interior que es calor, fuego y pasión, algo que ahora no se percibe. El sol tiene una fuerza inmensa que no permite que nadie ni nada lo reemplaze y haga deshacerlo de forma que deje de brillar. El sol, aunque se apague, nunca dejará de brillar.

Nunca.